jueves, 3 de marzo de 2011

VIOLENCIA


Manuel Lescay Céspedes

No nos es ajeno que nuestras sociedades potencien la heterosexualidad para el futuro matrimonio y que se promueve, a veces hasta sin querer, la estigmatización, la negación y falta de reconocimiento del varón gay, pues él rompe con las metas y expectativas que como hombre, tanto familiar como socialmente, se le tiene pre determinadas.

Para muchos de nosotros, como para otras personas, violencia es sólo aquello que deja marcas en el cuerpo, ya sean los golpes o la consumación del acto sexual a la fuerza. Lo que es más fácil de ver (violencia sexual y física) es más fácil de detectar.

Por su parte, no somos capaces de detectar ni en expresiones como te veo medio blandito así que ponte pa´la cosa, ni en las estrategias familiares de silenciamiento, negación y rechazo hacia nosotros, formas de violencia psicológicas que, en muchos casos, llegamos a justificar; por ejemplo: yo tengo que entender a mi familia, la verdad es que no es fácil, pero de todas formas ellos me tienen que entender a mí que me siento bien como soy, ellos lo saben pero tú estás loco, como voy a llevar a alguien a mi casa, aunque sea como amigo, enseguida empiezan a preguntar que quién es, dónde vive, dónde lo conocí y el copón divino.

Esta forma de violencia llega a ser tan sutil y natural que es incorporada como un hábito o costumbre con amigos y hasta con nuestras parejas, llegamos inclusive a jugar a ver quién le dice más groserías o palabras vulgares al otro.

Todos estos elementos hacen evidentes las deficiencias en la educación sexual que recibimos, matizada por las imposiciones, humillaciones, exclusiones… a que somos sometidos y lo cual promueve, entre otras muchas limitantes, el autocontrol emocional que dificulta la expresión e nuestros afectos así como que funcionemos, aún cuando vivamos orgullosamente nuestra orientación sexual al nivel de los estereotipos tradicionales del machismo; además del rechazo que muchos experimentamos hacia gays afeminados ( las locas de carroza, corimas, patatazas o mujeres modernas), y también hacia los viejos o dinosaurios como le se dice a homosexuales de la tercera edad.

Los patrones sexistas llegan a formar parte de la subjetividad gay (la nuestra), produciendo con ello más distanciamientos entre todos. Muchos vemos lo débil, la ausencia de masculinidad en un hombre, como un defecto que debe ser corregido, por tanto la violencia que se ejerza sobre esa clase de maricones, pájaras o patos (son estas las palabras que utilizamos), sea porque la han provocado o porque con sus parejas les gusta.

Los efectos de la violencia son a escala individual, grupal y social. Lo cual en realidad plantea la necesidad del personal especializado que centre su atención en los tres niveles, pero que a su vez particularice el cómo se asume o no la identidad gay, los rasgos personológicos que nos definen, la autoestima, el desarrollo de habilidades sociales que coadyuven al desempeño social y a conductas de encuentro y comprensión con y hacia el otro; los estilos de afrontamientos a las problemáticas de la cotidianidad y que en esa medida, contribuya a una mejor calidad de vida.

Para algunos, son escasas las fuentes que nos sirven de apoyo, demostrando la problematización social respecto a esta orientación sexual por lo que, en muchas ocasiones, se nos exacerban los estados de aislamiento, ocultamiento, simulación y displacer, al imposibilitársenos legalizar nuestro estado.

Las relaciones con personas de nuestro mismo mundo aún cuando también promueven la violencia como ya hemos visto, posibilitan sentirnos comprendidos y parte de algo, ya que encontramos muchas veces lo que nos es negado en la sociedad y la familia.

La violencia genera violencia. No descarguemos nuestra ira, nuestros remordimientos, nuestra cólera con nadie.

(EL AUTOR es coordinador de la Línea HSH (Hombres que tienen sexo con otros hombres) en el municipio Santiago de Cuba. Línea adscrita a la Oficina de Coordinación e Información sobre las ITS /VIH/sida en el propio municipio).